El humilde recaudador de impuestos en el pasaje del Evangelio de hoy no supuso que era digno de acercarse a Dios. Vio su posición en relación con Dios correctamente y se dio cuenta de que su única opción era postrarse a la misericordia de Dios. Esperaba en Dios; de lo contrario no habría entrado en el Templo para orar, pero sabiendo su indignidad se mantuvo a distancia. Jesús estuvo complacido con la humildad de este hombre y lo proclamó "justificado" a los ojos de Dios (Lc 18:14).

Esta parábola es muy familiar para los católicos. Muchos católicos imitan al recaudador de impuestos sentándose al fondo de la iglesia. Muchos no se aventuran fuera de esta posición "en el fondo", hasta el punto de que en lugar de permanecer lejos por reverencia, más bien "están atrás" debido a una falta de fe humilde (ver Heb 10:38-39). Tan arraigado es este hábito que es como si los católicos lo usaran como una excusa para no servir a Dios. ¿Podría ser esta una práctica que se originó por humildad, pero que poco a poco se convirtió en un ejercicio de orgullo?

La humildad no significa invisibilidad (ver Mt 5:16). Significa reconocer humildemente que los dones del Espíritu Santo que trabajan en nosotros son mucho mayores que nuestras limitaciones humanas. Santa Teresa de Calcuta lo resumió muy bien: "Entrégate completamente a Dios. Él te usará para alcanzar grandes cosas con la condición de que creas mucho más en Su amor que en tu debilidad".

Rescripto:  †Reverendísimo Joseph R. Binzer, Obispo auxiliar y Vicario general de la Arquidiócesis de Cincinnati, 29 de noviembre de 2017.

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