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Martes, 27 de setiembre de 2016

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san Vincente de Paúl


Job 3:1-3, 11-17, 20-23
Salmos 88:2-8
Lucas 9:51-56

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la vida y sus límites

"¿Para qué dar a luz a un desdichado y la vida a los que están llenos de amargura?" (Job 3:20).

Prácticamente todos y cada uno de nosotros podemos identificarnos de alguna manera con la miseria de Job. La vida es amarga (Jb 3:20) y llena de sinsabores (Jb 7:1). El consuelo se nos escapa (Jb 3:13), y la muerte se presenta más apetecible que cualquier otro tesoro que nos pueda guardar el futuro (Job 3:21). Y es entonces cuando la cosa se pone realmente mal porque "hemos olvidado en qué consiste la felicidad" (Lam 3:17; Jb 7:7).

Cuando se piensa que la vida ya no merece la pena vivirse es que hemos olvidado lo que la vida es en realidad. O mejor dicho, hemos olvidado quién es la vida: Jesús es la vida (Jn 11:25; 14:6).

Porque Jesús es la vida, nuestras vidas están llenas de sentido, poder y esperanza, sin importar lo miserables que sean nuestras circunstancias. Porque estamos vivos, los cristianos llevamos en nuestro cuerpo la vida de Jesús (2 Co 4:10). Su vida se revela en nuestros cuerpos, incluso si somos entregados a la muerte (2 Co 4:11).

Jesús nos capacita para que seamos más amantes en vez de más amargos. En la cruz, Jesús superó tristezas y amarguras como jamás hayan existido. Por eso, comprende mejor que nadie nuestro dolor y nuestra tristeza, incluso mucho mejor que nosotros mismos (Heb 2:17-18). Jesús, el Salvador (Sal 18:3), a veces nos rescata "del abismo" (Sal 40:2-3). Si a alguno no rescata "de la fosa profunda" (Sal 88:7), es porque va hacer algo aun mucho mejor: se baja hasta lo profundo de la fosa con nosotros y comparte su vida con nosotros (Sal 23:4; Mt 1:23, 28:20). Como cristianos creemos que es mucho mejor estar en la fosa profunda con Jesús que estar cómodos sin Él (ver Sal 84:11). Con Jesús a nuestro lado, el Señor de la vida, alcanzaremos la "vida plena" (Jn 10:10).

Oración:  Jesús, para mí, la vida eres Tú (Fil 1:21). Gracias por el don de mi vida.

Promesa:  "Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén" (Lc 9:51).

Alabanza:  San Vicente de Paúl, quien convirtió a su amo esclavista, vivió una vida plena hasta el fin gracias a sus incontables actos de generosidad y amor.

Referencia:  (Esta enseñanza fue presentada por un miembro del equipo editorial).